Situados en el desafiante escenario histórico de un proceso constitucional es importante reafirmar que la misión primera de la Iglesia es evangelizar. En el ámbito social y político esta misión se materializa en la difusión de aquellos principios sociales que, inspirados en el Evangelio, han de vitalizar el corazón de nuestra sociedad y servirnos a todos.
En atención a esta tarea, la Conferencia Episcopal de Chile a aportado un documento titulado Principios y valores de la enseñanza social de la Iglesia, que busca ‘refrescar’ en el corazón de los cristianos y de toda la sociedad, algunos ejes de la Doctrina social de la Iglesia tales como la centralidad de la persona humana, el respeto a la vida en todas sus etapas, la opción por los pobres y excluidos, el bien común, la solidaridad, la subsidiariedad, el destino universal de los bienes, la libertad de culto, el derecho de los padres a educar a sus hijos y la responsable participación ciudadana en el devenir nacional. Estos principios “provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)” (FT 181).
Así como es nuestra tarea proponer los principios y valores ya señalados, con la misma convicción debemos señalar que no es tarea de la Iglesia formular soluciones técnicas, políticas o ideológicas –y menos todavía soluciones únicas– en materias contingentes, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Tampoco es tarea de la Iglesia asumir un rol partidista o identificarse con tal o cual corriente política. Lo anterior se explica porque ninguna propuesta agota el Evangelio ni ningún sistema político puede dar todas las respuestas a las inquietudes mas hondas del corazón humano; menos aún, respuestas definitivas. Por ello, constatando lo compleja que es la acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural destinada a promover el bien común, resulta natural encontrar cristianos instalados legítimamente en ‘diferentes veredas’, en partidos o grupos diversos. Esta obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales, debido a que la legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana .
Esta sana y necesaria pluralidad ha de ser una permanente provocación al diálogo y a la apertura hacia el otro que piensa distinto, reconociendo que hay semillas de verdad en el que se ubica en la ‘otra vereda’ y que, al mismo tiempo, nadie es poseedor de la verdad absoluta en materias contingentes. Como señala Francisco “el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar” (FT 100).
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